viernes, 20 de enero de 2017

The Courtyard y Neonomicon, de Alan Moore, Antony Johnston y Jacen Burrows




"-¿Llegaste a verlo?
-Sí, lo vi. Y me lo follé unas ocho veces (...) Le hice una paja porque tenía el chocho escocido. Entonces me entraron ganas de mear y lo hice junto a la piscina. Acto seguido, se puso a olisquear mis meados y luego... Perdona, ¿esto te incomoda?"


Qué habilidad la de Moore para, tomando elementos dispersos y recuperando cabos que parecían olvidados, anudarlo todo y hacer de ello una obra coherente, plena y sin fisuras. Aquí toma como punto de partida su propio relato The Courtyard, que en 2004 historietaron Antony Johnston y el mismo Jacen Burrows, para dar un paso más en su revisión de  -o en su contribución a-  los mitos de Cthulhu. Por supuesto Moore lleva la mitología lovecraftiana a su propio terreno y la transforma en una curiosa reflexión sobre la naturaleza oculta de la realidad y la capacidad casi mágica de la palabra para, alterando estados de consciencia, hacer accesible esa misma realidad. Vamos, una mezcla hábil y bien proporcionada entre el mundo de Cthulhu y el de Promethea... sin olvidarnos del Lost Girls

Aunque sabemos que él pasó de puntilla sobre la cuestión,  parece lógico que en una representación de la realidad regida por fuerzas ancestrales y primarias eminentemente físicas, como la que recoge la literatura de Lovecraft, el sexo, el impulso de la carne por excelencia, deba  adquirir por fuerza una relevancia fundamental. Y claro, aprovechando que el Guadiana pasa por Badajoz, Moore se despacha a gusto en las escenas de la piscina, donde le da un repasito bastante explícito y desprejuiciado  a todo tipo de prácticas y parafilias sexuales: intercambio de parejas, trios, pansexualidad, felaciones, cunnilingus, masturbaciones, zoofília... Todo sea con tal de aumentar los niveles de orgón del tebeo...

Una reflexión se me sugiere del cruce de los mundos de Moore y Lovecraft. ¿Qué papel se ha de otorgar a la consciencia en el devenir de la vida humana? Ciertamente la consciencia, sobre todo esa consciencia profunda que despierta después de acceder al lenguaje primigenio, el Aklo, tiene la virtud de acercarnos a la verdadera naturaleza de la realidad, como defiende Moore. Pero si esa realidad es tan nauseabunda que es preferible no conocerla, como afirma Lovecraft, entonces acaso ésta se vuelva un serio inconveniente para la vida, algo que más que ayudar a nuestra adaptación, a  nuestra capacidad de supervivencia en tanto que especie, la haga casi intolerable. Esta idea me recuerda a aquello que  William S. Borroughs, autor reconocidamente influido por la obra de Lovecraft, afirmaba sobre el lenguaje: el lenguaje es un virus del que hay que liberarse. Supongo que de fondo late en todo esto esa vieja sospecha de que es con la  toma de consciencia cuando, de alguna manera, nos separamos definitivamente de nuestra condición de seres naturales, lo que provocó nuestra caída y  expulsión del jardín del Edén. O algo así...

De todas formas el tebeo es muy recomendable.


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