miércoles, 5 de mayo de 2010

La vida del Ché, de Héctor Oesterheld y Alberto y Enrique Breccia

No es fácil mantenerse imparcial y separar méritos artísticos de ideologías políticas cuando uno se enfrenta a una obra que toma como eje central la figura de un personaje historico tan controvertido, tan polémico y tan saturado de luces y sombras como las que proyectó el guerrillero argentino Ernesto Guevara de la Serna, el Ché. Y menos aun cuando la obra en cuestión no es y no pretende, posiblemente porque tampoco podría serlo aunque quisiera, una biografía aséptica, objetiva, neutra. Efectivamente, La vida del Ché toma partido descaradamente y lo hace reclamando del lector un pronunciamiento frente a lo que lee, obligandole a aceptarlo y a comprometerse con ello o a rechazarlo de plano. Porque aquí la indiferencia no es opción. Y aunque no es mi caso, pues confieso que la figura del Ché me genera tantas dudas que finalmente me declaro incapaz de emitir un dictamen sobre él, algo que me impide odiarlo o admirarlo con decisión, es cierto que el retrato heroico de tintes épicos que traza el albúm emocionará inevitablemente a sus defensores y chirriará, cuando no molestará directamente, a sus detractores, nublándoles con razón el juicio. Pues bien, a pesar de su dificultad, creo que en este caso merece la pena hacer el esfuerzo de distinguir méritos artísticos de ideologías políticas, pues más allá del panfleto ideológico, La vida del Ché es una obra excepcional e imprescindible que aunó la maestría y el talento de tres genios del cómic en estado de gracia.

En La vida del Ché, el tristemente represaliado y desaparecido Oesterheld, dueño de una voz evocadora, bella y poética como han habido pocas en el medio, nos sumerge con acierto en las vicisitudes más azarosas de la vida y milagros del personaje -la figura histórica- , sin renunciar por ello a explorar los abismos más abisales de la persona -el ser humano- y de paso a adentrarse, y adentrarnos con él, en sus sueños, sus dudas y sus contradicciones. Seguramente habrá quien alegue con razón que el Ernesto Guevara que nos pinta el escritor no es el Ernesto Guevara de la realidad, igual que habrá quien diga que los hechos de su existencia no disfrutaron nunca del lustre heroico que le otorga el cómic. Sin embargo no se puede negar que el retrato que nos ofrece Oesterheld posee en si mismo un valor estético que lo sitúa por encima de cualquier discusión sobre su veracidad histórica. Como tampoco el fresco de la época y las miserias soportadas por el continente américano, el hambre, la explotación, la enfermedad, el piojo, el brazo palito y el vientre hinchado, pueden ser desdeñados tan a la ligera por su mayor o menor exactitud con la realidad. Pero es que además si la prosa y el guión de Oesterheld son excelentes, los lápices de los Breccia, Alberto y Enrique, padre e hijo, adquieren una cualidad casi sobrenatural. Los claroscuros de los Breccia, la parte más notable de cómic, que ya es decir, poseén una dureza, una fuerza y un vigor que hacen parecer a los del Sin City de Miller -ay, lo que me gusta criticar a Miller, casi tanto como leerlo-, por poner un ejemplo que todo el mundo conoce, terriblemente falsos, infantiles y grotescos. Un estilo tan contundente que habría de influir decisivamente en dibujantes de la talla de Hugo Pratt o de José Muñoz, además de en alguno tan mediocre como el de Maryland. Ya digo, una obra verdaderamente excepcional.



Y sin embargo me voy a atrever a ponerle un pero, el mismo por el que no le voy a otorgar el diez: si dibujo y escritura pueden ser calificados por separado como excelentes, no siempre es así tomados en conjunto. En mi opinión la prosa de Oesterheld resulta en ocasiones excesiva, ahogando a veces el ritmo de la narración y dejando un cierto regusto a relato ilustrado. Pasa principalmente en los capítulos iniciales, donde la narración de la infancia y juventud de Ernesto se enreda y tropieza más de lo deseable en las palabras de Héctor Germán (H.G., como Wells) . Y sin embargo el problema se corrige en las últimas páginas de cada capítulo, donde la historia regresa al final de la vida del Ché, pero en especial en los capítulos que cierran la obra, donde el dibujo toma las riendas del relato, se torna de nuevo ágil, fluye con naturalidad y da la exacta medida de su calidad. O sea, la leche.

Puntuación: 9

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