domingo, 28 de septiembre de 2008

Más cronopios y famas: El sueño del cronopio

El sueño del cronopio

Cronopio, cronopio, me dice el fama, que los cronopios no escriben lo saben hasta las esperanzas -esos microbios relucientes-, y yo asiento y repliego mi verde y húmeda objetividad, pero cuando me deja solo saco mi pluma y mi cuadernillo de notas y lo vuelvo a hacer.

Cronopio, cronopio, insiste el fama, pero es que no ves que si los cronopios escribierais, tregua catala espera, tampoco lo harías así: seríais cortazarianos y tú, en verdad, más bien te crees Faulkner. Y yo con mi verde y húmeda objetividad replegada, asintiendo a cuanto me dice. Pero después el fama baila tregua y baila catala delante del almacén y aprovecho el revuelo y apunto “ninguno nos extrañamos cuando Tomás Urdiales apareció proveniente de quién sabe dónde, con sus dos oscuras mulas, más oscuras que su alma, ni cuando, al mes de andar por la región, nos enteramos de que se había prometido con la hija menor de los Fernández-Daza”

Cronopio, cronopio, me reprocha el fama, ¿es que acaso no eres feliz con tus dos hilos -uno azul- apretados contra el pecho? Y yo sonrío y finjo esperar ansioso a que el fama me invite a subir a su automóvil o miro temeroso el aire, como si me preocupara la posibilidad de que aparezca una esperanza y por una palabra equivocada invada mi corazón bondadoso. Y mientras, me sueño –objeto verde y húmedo- vistiendo esmoquin, un 10 de diciembre en Estocolmo, estrechándole las manos al rey de Suecia.

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