sábado, 21 de junio de 2008

El escritor (6ª entrega)

Después de semejante acogida cualquiera es el guapo que se atreve a escribir de nuevo. De hecho tuvieron que transcurrir casi dos años y medio para que volviera a sentarme frente a un folio en blanco, aunque no crean que fue porque me atenazara el miedo o porque me pesara en exceso la responsabilidad. Simplemente la polvareda levanta por mi debut adquirió tales dimensiones que los compromisos públicos acabaron por fagocitar todo mi tiempo. La verdad del asunto es que me daba cuenta del alcance de mi recién adquirido don y me sabía perfectamente capacitado para repetir un éxito similar al cosechado por ”Haciendo surf” o superarlo si fuera necesario. Y efectivamente, como ya les sonará de los manuales literarios al uso, volví a hacerlo una y otra vez; siempre que quise. Incluso cuando no quise. Si no se lo creen pueden comprobarlo en sus libros oficiales: cuando publiqué “El inolvidable olvido,” mi segunda novela, fui investido Doctor Honoris Causa por una docena de universidades y recibí calificativos tales como "genio literario" o "último clásico vivo"; con la tercera, “La sartén por el mango”, se me propuso como candidato para el Nobel de literatura, galardón que finalmente me fue otorgado coincidiendo con la aparición de la cuarta, “A un dios cualquiera”. Lo que seguramente no sabrán ustedes, arrogantes lectores de manuales literarios al uso, es que a “El inolvidable olvido”, escrita entre el lujo y la suntuosidad del Ritz de Madrid, apenas le dediqué unos pocos minutos al día y prácticamente ninguna atención durante el año que duró su redacción. Mi mente andaba entonces más centrada en el cortejo de mis admiradoras, a las que recibía en mi habitación como si fuera un gigoló profesional, que en combinar adecuadamente sujetos verbos y predicado. Como tampoco sabrán, claro, que “La sartén por el mango” es, palabra por palabra, exactamente la misma novela que “El juego del ratón y el gato”, la primera de las mías y que antes había cosechado una decena de rechazos: la única modificación que me molesté en realizar fue la de colocar la palabra fin en la última página. Aproximadamente igual que con “El cielo del carpintero" , que tal cual reposaba en su caja de zapatos durmiendo el sueño de los justos, tal cual con sus veinte cartas de rechazo a cuesta, se convirtió en la aclamada “A un dios cualquiera”. Sin embargo todos los límites se rebosaron con la acogida de “Algebra de color añil”

5 comentarios:

  1. -"George"
    -"Mildred"
    ¿Recuerdas la serie?
    Bueno, Jorge, que te envío un meme, por si te apetece seguirlo. Las instrucciones en mi bloc (o blog)
    Un saludo.

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  2. ¿Nos conocemos loly? Veo en tu blog (o bloc) que tal vez tengamos algún amigo común. Sea como fuera, se bienvenida.

    Ah, los Roper, los Roper... pues no, no recuerdo la serie. Yo era demasiado jovencino para poder acordarme.

    Por cierto, prometo seguir el meme (o desafío), aunque no te puedo asegurar cuándo: tal vez hoy, tal vez dentro de un año, tal vez en mi lecho de muerte... pero ten por seguro que lo haré.

    Una escafandra de sol.

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  3. Tono chuleta: ¡Yesss!

    Sí, me dí cuenta después de que te faltarán unos diez años de antigüedad, pero podías haber visto algún capítulo en devede. Ahora que a mí me desesperan, nunca los he soportado.


    Prisa en informar del gooool...

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  4. Menudo vago... mira la de harry potter, como rosquillas, oye.

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  5. Me gusta este tipo de relatos organicos en los que cada vez que los lees encuentras algo distinto. Pero no porque se te hayan pasado por alto detalles en una lectura anterior, sino porque realmente hay cosas distinta. Una nueva concepción genial de la literatura a la altura de tu talento irrepetible.

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