martes, 7 de marzo de 2006

Master race


Aunque en su día compré algunos de los tomos que sacó Planeta, la verdad es que las historias de la E.C. nunca me han interesado demasiado. Tengo la impresión de que su valor es más histórico que artístico, ya que a pesar de que contaron con dibujantes de la talla de Harvey Kurtzman o Wally Wood, sus historias son excesivamente simples e ingenuas y no han soportado bien el paso del tiempo. Por otra parte, tampoco me agrada el estilo de narración que proponen: si hablando del Principe Valiente, muchos sugerían que aquel no es un comic sino una historia ilustrada, con las historietas de la E.C. podríamos perfectamente plantearnos el mismo debate. En la formula clásica propuesta por Bill Gaines, el texto y los dibujos rara vez se complementan, haciendo la guerra cada cual por su cuenta y cayendo en la redundancia de unos dibujos que muestran lo que ya nos han contado los textos. Y todo ello en la misma época en la que Eisner estaba reinventando el comic con su The Spirit.

Sin embargo, dentro del mundo de la E.C. hubo lugar también para un rebelde que intentó –y consiguió hasta donde le dejaron- superar las limitaciones de esta forma de narrar; que pretendió otorgarle la primacía de la narración a la imagen y con la cual experimentó desarrollando una muy considerable gama de recursos. Es el caso de Bernie Krigstein, de cuyo afán por salirse del corsé impuesto por Gaines y de su constante inquietud nace la que es seguramente la obra maestra de la E.C.: Master Race.

Pero seamos justos con el bueno de Gaines, porque las virtudes de Master Race no recaen exclusivamente en el dibujo de Krigstein: por el contrario estamos ante un excelente guión que sabe jugar con la tensión y con la información ofrecida al lector y que cuenta, además, con una más que estimable calidad literaria, muy por encima de lo que se espera en una creación dirigida a su consumo masivo: el texto de Gaines está bien escrito y aunque sigue siendo excesivo y reiterativo, no asfixia a la historia e incluso es capaz de ceder por completo la palabra a los dibujos de Krigstein en una página final en la que no existe ningún texto de apoyo.

Por su parte Krigstein ofrece un espléndido dominio del ritmo narrativo que se basa en la multiplicación de viñetas y en una transición muy lenta entre ellas; viñetas con un contenido muy similar y cuyas mínimas variaciones sugieren un alargamiento y ralentización del tiempo que favorece el aumento de la tensión. En este sentido, Krigstein desarrolla un tipo de narrativa de corte muy cinematográfica que puede ser emparentada con la narrativa de Osamu Tezuka y del manga en general, donde se renuncia a las grandes elipsis y se llena el comic de viñetas de las que sería fácil prescindir, pero que regulan perfectamente el tempo de la historia.

En el polo opuesto a la narrativa de Krigstein podríamos considerar las novelas gráficas realizadas por Eisner y de las que Contrato con Dios fue pionera. En ellas Eisner busca la creación de un ritmo fluido a través de la reducción del número de viñetas al mínimo indispensable para que la historia se pueda entender, eliminando el marco que las separa y alargando las elipsis hasta convertir cada viñeta prácticamente en una escena diferente. La sensación que deja Eisner es que nos está contando una historia a la que sin embargo no asistimos, que ha sucedido en la lejanía del tiempo y del espacio y de la cual solo nos ofrece un pequeño resumen. Este es el principal error de Eisner y el mayor acierto de Krigstein, porque en todo arte narrativo lo más importante es que la historia se “vea”, que el lector se pueda sumergir en ella y la sienta físicamente. Algo que sí sucede en Master Racer.

Puntuación: 8

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